Ampliación del Museo Nacional del Prado: El “Cubo de Moneo” redecora la
espalda del Prado
En su proyecto de ampliación, Rafael Moneo se enfrentaba a una doble
exigencia: la creación de nuevos espacios para el museo, aquejado de falta
de salas de exposición y lugares públicos, y la conexión del nuevo edificio
con el diseñado por Juan de Villanueva. Con la restauración del claustro de
los Jerónimos y la creación de un pabellón semi-exento que une ambos
edificios, Moneo conseguía la armonía del conjunto arquitectónico, al
tiempo que dotaba al Prado de 15.900 m2 de superficie adicional para su
labor diaria.
El proyecto ejecutado por el arquitecto Rafael Moneo constituye la
ampliación más significativa del Prado en sus casi doscientos años de
existencia y forma parte de un plan arquitectónico más ambicioso, que
contempla la creación de un campus museístico con la incorporación de
distintos edificios del entorno como el Casón del Buen Retiro y el Salón de
Reinos, pertenecientes en su momento al antiguo Palacio del Buen Retiro. La
ampliación se ha producido en el flanco más débil de la arquitectura del
museo, su fachada posterior, resultado de lo que han sido las sucesivas
ampliaciones que ha venido experimentando la pinacoteca a lo largo de los
años. La actuación ha supuesto un incremento de 15.715,27 m2 de superficie
útil, conseguidos gracias a la construcción de un edificio de nueva planta
en torno a los restos del Claustro de los Jerónimos, el llamado “Cubo de
Moneo”, y de un pabellón semiexento que conecta el nuevo edificio con el
levantado por Juan de Villanueva. El proyecto cuenta con un presupuesto de
152,36 M.€ y aporta un incremento de superficie del 50% respecto a los
28.600 m2 útiles correspondientes al edificio Villanueva. Además, con el
traslado de determinados servicios y dependencias de trabajo del Museo a
los nuevos espacios, este último recuperará casi 3.000 m2 útiles para la
exposición de su colección, lo que permitirá el desarrollo de un nuevo
sistema de ordenación de las obras. El “Edificio Jerónimos” incluye salas
de exposiciones, nuevos espacios para el trabajo diario de los
profesionales del museo y convierte el antiguo claustro de la Iglesia de
los Jerónimos en lugar de exhibición de obras de arte, concretamente de
carácter escultórico. Con todo ello, la mayor pinacoteca nacional mejorará
el desarrollo de su actividad interna de conservación y custodia de su
colección, y de su labor externa, ésta en una doble vertiente: en relación
al público que lo visita y en cuanto a su labor investigadora y pedagógica.
Moneo conecta el nuevo edificio con el proyectado por Villanueva a través
de una plataforma ajardinada con parterres de boj, que recuerdan a los
jardines del siglo XVIII y cubren el área de conexión entre el edificio
histórico del museo y las nuevas construcciones. Los pasillos peatonales
que discurren entre el jardín de bojs se han solado en basalto. Gracias a
esta solución, la espalda del Museo queda envuelta en un manto verde
(creado por la geométrica composición formada por hileras de boj enanos),
tras el que, por primera vez, se vuelven a contemplar la galería principal
y el ábside proyectados por Villanueva. El nuevo volumen de ladrillo
edificado en torno al antiguo claustro de los Jerónimos se alinea con la
fachada de la iglesia dejando ver desde el exterior parte de la arquería
restaurada. Destaca por su singular geometría, sus paredes de ladrillo
macizo con los vanos enmarcados en bronce, y en su fachada principal, se
abre una hilera de columnas o “loggia”, siendo, no obstante, la puerta de
acceso la que se convierte en el elemento de mayor calado, sin competir ni
con la puerta ni con la escalinata de la Iglesia de los Jerónimos, al estar
situada seis metros por debajo de éstas. Moneo encargó esta puerta a
Cristina Iglesias, que concibió un monumental portón-pasaje de entrada
fundido en bronce patinado y definida por su creadora como “un tapiz
vegetal”. Está formada por seis elementos: dos fijos, que invaden los
huecos laterales, y cuatro móviles, dos que forman las hojas y otros dos en
el umbral. Todo ello se conforma de bajorrelieves cuyo motivo es una
invención vegetal. Las diferentes posiciones de los elementos construyen
distintos espacios, como los que forman las hojas externas de la puerta con
la fachada. Asimismo las hojas internas con los lados del umbral construyen
un pasaje de entrada. La puerta cuenta con un sistema hidráulico que
permitirá su apertura en distintas posiciones y, así, “al abrirse y al
cerrarse provocará un momento de atención y una experiencia visual”. No
funcionará como acceso habitual al edificio, sino que tendrá una función
ceremonial, un uso de carácter protocolario, que permitirá un recorrido
independiente, alternativo y complementario a las puertas tradicionales. El
claustro, visible parcialmente desde el exterior a través del pasaje que
separa la Iglesia de los Jerónimos del nuevo edificio, se ha convertido en
uno de los espacios más destacados del proyecto de Moneo. En 2001 se inició
su desmontaje, para ser más tarde restaurado y restituido en la primera
fase de la ampliación. Moneo ha aprovechado las características de este
espacio, que tiene un uso expositivo, para instalar un lucernario que
irradia luz a todas las estancias que lo circundan, a modo de galerías. A
través de una escultórica estructura de acero cubierto de cristal
transparente concebida como linterna, la luz natural desciende desde el
lucernario hasta las salas de exposición, que se organizan en tres niveles
en torno al claustro, y crea distintos efectos lumínicos. Esta linterna
podrá funcionar simultáneamente, si se considera necesario, como lámpara de
luz artificial al haberse dotado de una instalación eléctrica con este fin.
Moneo eligió para este elemento y para las ventanas un cristal extraclaro
transparente, con reducción del factor solar para optimizar las condiciones
climáticas del edificio, mientras que para el lucernario del claustro ha
utilizado un cristal extraclaro traslúcido que actúa como cubierta del
mismo. Ya en el interior, encontramos tres plantas de acceso público unidas
por una doble escalera mecánica y otras cinco entreplantas para servicios
internos del museo. Así, el nuevo edificio dedica una parte importante de
su extensión a alojar departamentos y servicios que garantizan la
conservación y la movilidad de las colecciones (talleres de restauración,
laboratorios, gabinete de dibujos y grabado y depósitos de las colecciones
no expuestas). Estos nuevos equipamientos se ubican en cinco de las siete
plantas del “cubo de Moneo” y están comunicadas internamente, lo que
permite desarrollar mejor la conservación sin alterar el normal
funcionamiento de la vida pública del museo. Los espacios previstos para
exposiciones temporales, un total de cuatro salas, permitirán una
disminución de movimientos para la colección permanente del Prado. Tres de
ellas disponen de 400 m2 cada una, mientras la cuarta, un poco más
reducida, es de 95 m2. La altura va desde los cinco metros de las tres
primeras salas hasta los 4,63 metros de la más pequeña, lo que permitirá
presentar obras de gran altura. En la primera sala de la planta inferior se
han dispuesto cuatro columnas revestidas de pintura dorada especialmente
realizada para este espacio. El proyecto de Moneo concentra todos los
espacios públicos como la tienda (337 m2), la cafetería-restaurante (446
m2), el auditorio o las consignas en el gran “hall” o vestíbulo que sirve
de separación y, al mismo tiempo, de nexo, entre el nuevo edificio y el que
alberga la exposición permanente. La concentración de todos estos servicios
en un mismo espacio, diáfano e inundado de luz natural, hará más cómodo y
fácil el acceso y la utilización por el público. La luz solar se filtra por
ambos lados en todo el vestíbulo que enlaza los dos edificios, antiguo y
nuevo, a través de paredes acristaladas. Para el exterior curvo del nuevo
auditorio -que se ubica en el nivel más inferior debajo del claustro
penetrando en los espacios correspondientes al área de enlace-, y el
distribuidor de planta basilical, que comunica el edificio Villanueva con
la ampliación, el arquitecto ha escogido un decorativo estuco rojo
pompeyano planchado en caliente, que contrasta con el granito gris de
Madrid utilizado en los paramentos que lo circundan. El auditorio, de
vocación multiuso y 402 m2 de superficie, tiene un aforo para 438 personas
y cinco salas de servicio (vídeo, audio, control de iluminación escénica, y
dos para traducción simultánea). Entre los materiales empleados en el
proyecto de ampliación destacan los suelos, que se han recubierto de piedra
de Colmenar en color gris en el caso del vestíbulo y las zonas de tránsito
público, y de madera de roble tratada con aceites naturales en las cuatro
salas de exposiciones temporales y en el auditorio. Las paredes de este
último se han recubierto de paneles de madera de cedro barnizada, el mismo
material empleado en las toberas de ventilación del claustro y en el
recubrimiento exterior de la linterna, pero en este último caso en forma de
listones de madera maciza. En el vestíbulo y otras estancias se ha
utilizado para las paredes el granito gris abujardado, que también puede
encontrarse en las fachadas exteriores en el caso del área de enlace entre
las dos construcciones. Para las fachadas del nuevo edificio en torno al
claustro, Moneo eligió un ladrillo macizo aplantillado con aparejo
madrileño (“a tizón”), en color creado ex-profeso con una masa especial que
imita la fábrica de Villanueva.
Ampliación del Museo Nacional del Prado: El “Cubo de Moneo” redecora la
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Mari Cruz Bellón
maricruz.bellon@alimarket.es
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