Los daños colaterales de la quiebra de Orizonia

La situación de deriva por la que atraviesa Orizonia desde que el proceso de venta a Globalia se topó con las objeciones de la Comisión Nacional de la Competencia es una espada de Damocles que pende sobre muchas empresas del sector turístico que, de una manera u otra, están vinculadas con este grupo empresarial.

Cabe recordar que Orizonia es un grupo empresarial con actividad en prácticamente todos los subsectores turísticos como mayorista, minorista, aérea, receptiva, hotelera, online y cajas regalo.

El pasado 18 de febrero, el gigante anunció de forma sorprendente su cierre definitivo, dejando a más de 5.000 trabajadores y una deuda, todavía por definir, que puede rondar los 1.000 millones entre la financiera y la operativa.

La reacción rápida del máximo accionista de Orizonia, el fondo de inversión Carlyle, fue vender poco después del anuncio del cierre la filial portuguesa de su aerolínea Orbest así como la cadena Vibo Viajes, con más de 150 agencias, ambas al grupo Barceló. Asimismo, una parte de los trabajadores también podrán mantener sus puestos en la división hotelera Luabay, con ubicaciones en las Islas Canarias y Baleares.

Aunque estas operaciones sirven para diluir ligeramente el fuerte impacto negativo de la noticia, el cierre de Orizonia es un torpedo que golpea directamente sobre la línea de flotación del sector con dos consecuencias obvias. Por un lado, el cliente final pierde confianza ya que se ve amenazado por una quiebra impredecible que le puede hacer perder el dinero ya invertido en sus viajes, ya sean de vacaciones o profesionales. Por otro lado, la deuda acumulada por Orizonia va a generar una cascada de impagos y morosidad que afectará a un gran número de empresas proveedoras de multitud de sectores vinculados. Como ejemplo, la Unión de Agencias de Viajes ha denunciado que el agujero de 16 M€ que ha dejado Orizonia en IATA (Asociación Internacional de Transporte Aéreo) también tendrá consecuencias sobre el resto de agencias. También, la Asociación de Hoteleros de la Costa del Sol ha reconocido que más de 40 hoteles de la zona tienen importantes cantidades pendientes de cobro. Es solo la punta del iceberg.

El estallido de una crisis como la de Orizonia demuestra una vez más que el sector turístico no es una burbuja aislada del mundo exterior. En las últimas décadas, su crecimiento ha estado vinculado tanto al sector financiero como, por supuesto, al sector inmobiliario, lo que ha acabado provocando un efecto de contagio sobre sus cuentas de resultados. En estos vasos comunicantes se encuentra la explicación de una quiebra de una empresa como Orizonia, que parece impensable si se analiza únicamente su cuota de mercado, su capacidad para generar un cash flow sólido y la existencia de una demanda turística resistente.

Llegados a este punto, a la hora de buscar culpables se puede mirar hacia la propia dirección de Orizonia, hacia Globalia por no haber invertido la segunda parte prevista de capital para la compra tras las objeciones de la Comisión Nacional de la Competencia o, por supuesto, hacia The Carlyle Group, el fondo de inversión que era el accionista mayoritario.

Al final, la realidad es que estamos en una economía de mercado y que la estructura financiera de Orizonia se demostró frágil como un castillo de naipes, lo que nos debería invitar a la reflexión para corregir los errores y evitar que se puedan repetir en el futuro.

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