En 2007 la cifra mundial de habitantes de las ciudades superó por primera vez en la Historia a la población de las áreas rurales. El movimiento del campo a las grandes urbes sigue un curso inexorable con el que se prevé que las ciudades absorban el 66% de la población mundial antes de 2050.

La ciudad se vislumbra como nuestro presente y, sobre todo, como nuestro futuro: un entorno con una influencia creciente en términos demográficos, económicos y sociales. Somos cada vez más gente y estamos cada vez más concentrados en megaciudades. Atender a las crecientes necesidades de la población urbana en términos de infraestructuras, transportes o servicios básicos va a ser uno de los grandes desafíos para las décadas que vienen. Y es en este marco en el que la llamada smart city o “ciudad inteligente” cobra más sentido que nunca.

La clave de las ciudades inteligentes no está en la tecnología, sino en la capacidad de dar respuesta a un número creciente de personas a partir de, prácticamente, los mismos recursos. La sostenibilidad, eficiencia y eficacia son la estrategia a seguir, y la innovación el canal para llegar a ellas. Unas y otras están perfilando un asombroso paisaje urbano, digno de una novela de Isaac Asimov. Conducción autónoma, edificios energía cero, huertos urbanos en las azoteas, objetos interconectados o luminarias adaptativas son ya una realidad o están a punto de serlo en este paisaje de aspecto futurista.

La iluminación jugará un papel esencial en las ciudades inteligentes

Las nuevas ciudades serán más grandes, más seguras, más interactivas y energéticamente más eficientes. Y en todos esos aspectos la iluminación jugará un papel esencial. Ciudades con menos “agujeros negros” o viales apagadas, con decisiones e interacciones más locales y con menores consumos gracias a las mejoras tecnológicas y a una utilización más racional de los recursos.

Las nuevas luminarias ya son adaptativas, es decir, capaces de reaccionar a variables internas y externas y con posibilidad de ofrecer diferentes respuestas a entornos cambiantes. Parámetros externos, que la propia luminaria analizará, van a permitir que ella misma regule de manera automática la intensidad de luminosidad que estime oportuna para esas circunstancias. Las fotocélulas y sensores de detección de presencia permiten dar luz adecuada en tiempo y lugar, evitando la “sobreiluminación” que actualmente afecta a casi todas las ciudades españolas. El sistema de luz constante, presente en buena parte de nuestro mapa, supone un auténtico despilfarro de recursos.

Las luminarias adaptativas con tecnología LED traen consigo descomunales ahorros energéticos de hasta un 70%, lo que supone un alivio no solo para los presupuestos municipales, sino también para el medio ambiente. Imaginemos pasos de cebra cuyas farolas adyacentes iluminen más ante la presencia de peatones, paradas de autobús que aumenten su potencia con la llegada del bus urbano, o incluso carreteras solares que cubran la iluminación de los espacios públicos.

Las farolas se transforman en un soporte multifuncional

Pero las smart cities tienen grandes planes para las farolas, que en muchos casos van más allá de la adaptabilidad. En los nuevos espacios urbanos las luminarias van a trascender la mera iluminación para aportar muchas otras funcionalidades. La farola se transforma, de dispositivo unifuncional a soporte fijo modular, capaz de albergar cámaras de circuito cerrado de televisión, altavoces, WiFi o cargadores portátiles para vehículos eléctricos. Un auténtico tótem de la ciudad inteligente que sirve para aportar información al consistorio y múltiples prestaciones a los ciudadanos.

Pero su principal fortaleza es también su principal debilidad. En una ciudad como Madrid hay 260.000 luminarias, en Barcelona alrededor de 150.000. Un parque así de extenso permite un control muy estrecho de la gestión de cada punto así como una mejora significativa en los servicios a la población. En contrapartida exige un importante esfuerzo económico para esas urbes que han de renovar las obsoletas farolas de sus calles. Una gestión municipal basada en el medio y largo plazo, que mire a los ahorros energéticos sostenidos y a la interrelación de servicios públicos para la mejora de la eficiencia será la clave para que esa sustitución sea una realidad.

Francisco Pardeiro es director general de Schréder en España