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El coste del confort en nuestro hogar no debería depender del precio de la energía

El coste del confort en nuestro hogar no debería depender del precio de la energía

En estos últimos meses el debate sobre la calidad de vida y el confort en el interior de nuestras viviendas ha tomado un impulso inusitado. Desde marzo de 2020 los distintos periodos de confinamiento total o parcial han puesto en juego unas variables que no formaban parte de la ecuación: el teletrabajo y el confinamiento, y en muchos casos de manera conjunta. Ello nos ha obligado, y sigue siendo así, a permanecer en espacios no adaptados para una ocupación de día completo y con unas condiciones de trabajo que quizás no son las mejores para una productividad razonable.

Y así, hemos descubierto que nuestros hogares no son ni tan confortables ni tan protectores como se esperaba de ellos cuando fueron concebidos, e hicimos en muchos casos la mayor inversión de nuestras vidas. Entre los “debe” hemos encontrado: temperaturas inadecuadas, ruidos que no permiten concentración ni descanso, lo que provoca estrés, calidad de aire interior, elevados costes por consumo energético, entre otros.

Por otro lado, y con el reciente episodio meteorológico de nevadas y bajas temperaturas ha aflorado otro debate que acostumbra a ser recurrente al menos dos veces al año: los episodios de ola de calor y de frío extremo. Este debate se centra en el coste de la energía, la factura eléctrica, redes de distribución que se sobrecargan, e incluso en la pobreza energética, etc.

Desde los medios de comunicación, hemos sido bombardeados con información sobre un desmesurado aumento del coste de la electricidad, o escuchábamos a expertos opinando sobre un sistema tarifario inadecuado, e incluso, hemos oído hablar de “pobreza energética escondida”. Habrá adeptos y contrarios a cada una de estas líneas, pero permitidme que lamente lo poco que se ha hablado de que la raíz del problema de este episodio meteorológico es que nuestros edificios no ofrecen la protección térmica adecuada.

La pobreza energética es una situación que, aunque se asocia principalmente a los altos precios de la energía, está íntima y casi exclusivamente vinculada al estado de conservación de nuestros edificios, y esa es la realidad y no otra. En España, según la Asociación de Ciencias Ambientales en un estudio de 2018, se ven afectados por la pobreza energética se acerca al 15% de los hogares. Este indeseado efecto afecta no solo a aquellos que no pueden pagar la factura por mínima que sea, sino también a aquellos que han de gastar dos veces más de la mediana española para mantener temperaturas razonables en su hogar, si no hablamos de temperaturas de confort.

¿Hay alguna solución para ello?

Se trata de un problema estructural muy ligado a la realidad del parque edificatorio existente en España, y que hay que afrontar con medidas que impulsen y apoyen a los propietarios de viviendas en la imprescindible rehabilitación energética de su vivienda en profundidad, pero siempre empezando por el aislamiento de la envolvente.

De hecho, y de manera independiente del coste de la energía o de su origen, la mayor parte del parque de viviendas existente en España es ineficiente. El parque inmobiliario consta de 25 millones de viviendas, un 90% de las cuales fueron construidas antes del primer Código Técnico de la Edificación (CTE), y casi un 60% antes de que existiera cualquier normativa de eficiencia energética. Además, se estima que el 92% de estos edificios seguirán en pie en 2050. Algo habrá que hacer, ¿no?

No podemos esperar que el Gobierno saque su billetera y pague la rehabilitación completa del parque, pero sí que hay que exigirle que cree el entorno necesario -legal, formativo, fiscal y económico- que nos facilite reconvertir nuestra vivienda en un hogar en condiciones, y en función de nuestras posibilidades.

Hay que universalizar el acceso a una vivienda que cuide de nosotros, pero hemos de empezar cuidando nosotros de ella poniéndola en perfecto estado para que proporcione las prestaciones que esperamos.

La escasa calidad térmica de las viviendas en España puede aumentar la probabilidad de tener bronquitis crónica en más de un 5%, o multiplicar la depresión y la ansiedad, entre 3 y 4 veces. Un reciente estudio de la Fundación La Casa que Ahorra, demostraba que invertir en la rehabilitación energética de los edificios, además del impacto en la factura energética del usuario, ofrece un ahorro anual en costes sanitarios -medicación, hospitalización, bajas laborales, etc.- superior a 500 € que recuperaría directamente la administración pública.

Por lo anterior, y apoyados en nuestra dilatada experiencia multinacional, desde Rockwool apostamos por encontrar la solución sin necesitar energía para conseguir condiciones de confort. Nos remitimos a una frase acuñada hace unos años y que no arraiga en España: “la energía más barata es la que no se consume”, a lo que añadiríamos: “y la mejor es la que no se necesita”.

La apuesta española: un orden de factores poco razonable

España, en la Hoja de Ruta (PNIEC) que se ha marcado para la descarbonización, ha puesto como gran objetivo y prioridad para 2030 una apuesta firme hacia la electrificación del sistema energético y que más de un 70% de la electricidad sea origen renovable.

La eficiencia energética, salvo contadas excepciones, ha quedado en un segundo plano, y se ha preferido apostar por las energías limpias para afrontar el gran reto de la reducción de emisiones que tenemos como planeta.

Pero esto es todo lo contrario a lo que debemos hacer en una vivienda. El problema radica en que el 90% del parque no tiene una demanda energética adaptada a parámetros de confort térmico, ya sea invierno o verano, y, por lo tanto, necesitaremos derrochar energía para lograrlo. La reciente actualización de CTE en el apartado energético ya ha dado unos valores razonables hacia los que debe tender nuestro parque edificado, y ni es ruinoso ni difícil conseguirlo.

Por ello, mientras la energía se pierda por nuestras fachadas y cubiertas, no solventaremos el problema del sobrecoste del confort, pues hasta la fecha no hay señales que nos indiquen que las energías renovables sean ni eficientes ni baratas. Es más, los episodios meteorológicamente extremos no impactan ni en un 2% sobre el coste total anual de la energía.

No erremos el orden, el consejo experto de Rockwool es rehabilitar nuestro hogar empezando por aislar la envolvente para garantizar facturas energéticas mínimas y sin sobresaltos.

Pero ¿es suficiente el confort térmico en una vivienda?

Volviendo al primer párrafo del artículo, hemos asumido que el no disponer de confort no es solo por las temperaturas, por lo que “solo aislar térmicamente” no es la mejor opción. Existen materiales que ofrecen al mismo tiempo prestaciones térmicas, acústicas, sin emisión de componentes orgánicos volátiles, transpirables, y son no combustibles en caso de incendio. Esto último no es menor, pues en episodios de bajas temperaturas los incendios en hogares desfavorecidos aumentan y el uso de materiales no combustibles evita tanto la propagación del incendio a otras viviendas como la generación de humos tóxicos.

Por tanto, si buscamos algo más que el confort térmico, la mejor opción es la lana de roca. Y como valor añadido, aportarás tu “granito de roca” a la lucha frente al cambio climático pues es infinitamente reciclable y no consume recursos finitos de la Tierra.

Albert Grau es Public Affairs Officer de Rockwool Peninsular



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