Fase de desarrollo
Otro de los avances más importantes para la logística es la tecnología de identificación por radiofrecuencia, conocida como RFID. Esta aplicación se encuentra actualmente en fase de desarrollo y sólo algunas empresas empiezan a utilizarla, bien de forma interna en sus almacenes o en modo de prueba. Según Jaime Mira, director técnico de ICIL, “lo más importante del RFID es que por primera vez en la historia se puede identificar la unidad de venta a nivel de unidades. Además, con un móvil o una PDA se pueden ver todas las fases por las que ha pasado un producto desde su nacimiento”. El código de barras necesitó cuarenta años para que funcionara a la perfección, mientras que el RFID lleva cinco años en fase de estudio y ya ha dado sus primeros resultados. Aún así, se espera que no sea hasta dentro de diez años cuando consiga un uso universal. Actualmente, para las empresas el RFID se ve sólo como un coste, no como un beneficio, además sigue dando algunos problemas de detección con metales y líquidos. Un ejemplo de ello es que en estos meses se está haciendo una implantación en DAPARGEL, el grupo de perfumería de EROSKI, y está dando muchos problemas para su colocación en perfumes, geles o champús. Por este motivo, la mayoría de las empresas que se están planteando la posibilidad de implantar RFID piensan a largo plazo, cuando sea un estándar de mercado.
Las etiquetas RFID pueden ser de dos tipos. Por un lado están las pasivas, cuyo funcionamiento es similar al de un radar. Un aparato lector RFID emite una onda que al encontrarse con la etiqueta se ve modulada por ésta y vuelve al lector llevándole la información codificada. Por su parte, las etiquetas activas cuentan con una batería para emitir su propia señal y son más caras que las pasivas. En cuanto a su aplicación real, las etiquetas pasivas se están implantando en el sector textil dentro de las propias fábricas como forma de control anti-hurto. Por ejemplo, el grupo INDITEX o EL CORTE INGLÉS hace ya varios años que empezaron a utilizarlas por su bajo coste y por la aplicación tan práctica que le han encontrado. Mientras, las etiquetas activas siguen teniendo un precio excesivo, alrededor de 1€, por lo que hasta que no se consiga bajar el precio no se estandarizarán. “El día que sea obligatorio ponerla en origen, es decir, donde se fabrique el producto, entonces funcionará”, comenta Jaime Mira. Asimismo, entre las ventajas que tiene el RFID destaca que con este sistema se superan algunas de las limitaciones clásicas de los códigos de barras, como el escaneado manual, la información limitada, la obligación de cambiarlos cuando varían los datos o ciertos problemas de lectura en algunos entornos (niebla, pintura, suciedad, etc.).
Entre las experiencias piloto que se están desarrollando en torno al RFID destaca el proyecto GLOBALOG, liderado por el Instituto Tecnológico de Embalaje, Transporte y Logística (ITENE). En él se pone a prueba con éxito el proceso de transporte de un fabricante de helados, ICE CREAM FACTORY COMAKER, hasta el distribuidor CONSUM, en un traslado realizado por la empresa TRANSFRIGO CANARIAS. Durante la distribución de la mercancía existen puntos críticos, como las expediciones o recepciones de mercancía, donde la temperatura no se controla. Con el desarrollo del RFID, la información está disponible en tiempo real y en cada uno de los palés, es decir, que en cualquier momento se puede obtener información acerca de dónde y en qué condiciones se encuentra la mercancía. Esto supone un avance tanto para la seguridad alimentaria, como para la reducción de costes, así como una mayor agilidad a la hora de realizar las operaciones.